El caudillo que murió por amor

                                                                     Oscar Souhilar

Por el Prof. Oscar R. Souhilar

 

Esta historia se desarrolla en momentos que la anarquía se abatía sobre las Provincias Unidas del Sur. ¡Que paradoja, “unidas del sur”! Si se estaban matando entre hermanos por el fanatismo de las  ideas políticas…

 

modelo representando a la delfina

Casi todas las provincias  estaban organizadas de acuerdo con un sistema federal, que les aseguraba la libre elección de sus propias autoridades. Se vieron estas, por imperio de la constitución unitaria de 1819 sancionada por el Congreso de Tucumán, que para ese entonces estaba sesionando en Buenos Aires, a perder este derecho y dejarlo en manos del director supremo que gobernaba al país.

Un descontento generalizado recorrió todo el país. Las provincias se levantaron en armas contra el gobierno directorial. Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y la Banda Oriental prepararon sus tropas para derrocar al General José Rondeau, por entonces director supremo, por renuncia del General Juan Martín de Pueyrredón.

Es en este escenario, que empieza a agigantarse la figura de nuestro héroe, Don  Francisco (Pancho) Ramírez, que había nacido en Villa del Arrollo de La China hoy

Concepción del Uruguay, el 13 de marzo de 1786. Perteneció a una familia de ilustre

estirpe y de arraigada tradición cristiana, comenzando su carrera militar en 1810 cuando fue nombrado oficial de Cívicos, por el comandante general de los Partidos de Entre Ríos don José de Urquiza, padre del futuro vencedor de Rosas. En medio de las tremendas luchas que llevó,  jamás cometió un atropello, no incurrió en crueldad, en codicia o prepotencia, sus soldados lo idolatraban, acataban la disciplina y se sujetaban  a su táctica militar. El 23 de septiembre de 1820 fundó la “República Federal de Entre Ríos”  comprendida por las actuales provincias de Entre Ríos, Corrientes y Misiones, donde ejerció el poder Supremo. Se preocupó de crear escuelas, montó las bases de una  administración que duraría muchos años, fue prolijo y reglamentarista  en el manejo de la cosa pública, tuvo claras concepciones económicas, tendientes a defender el patrimonio de sus gobernados. El joven montonero se había transformado en pocos años en un verdadero estadista.

Mientras Ramírez estaba ocupado en la puesta en orden de la flamante República de Entre Ríos y en organizar un ejército para arrojar a los portugueses de la Banda Oriental, Lopéz, Bustos y el Gobierno de Buenos Aires, se aliaron recelosos frente al poderío del “Supremo Entrerriano”.

Ramírez no deja de advertir la tormenta que se está preparando, pero se resiste a creer en la traición de López. ¿No han peleado juntos desde las primeras luchas federales? ¿No hicieron tremendos sacrificios, cuando fueron lugartenientes de Artigas? ¿No compartieron los laureles de Cepeda y la gloria civil del tratado del Pilar?

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Pero los hechos se van sucediendo con elocuente significación. Lo cierto es que a esta altura de los acontecimientos, el territorio bajo la supremacía de Ramírez estaba virtualmente bloqueado por Buenos Aires y Santa Fe, además, lo acordado en el tratado del Pilar, no fue cumplido por Buenos Aires.

Se suma a esto que López, pactó unilateralmente y en secreto con Buenos Aires, por intermedio de Rosas, reemplazando el tratado del Pilar por el acuerdo de Benegas donde  se incluyó la donación de 30.000 cabezas de ganado a Santa Fe.

Ramírez intenta una alianza con otros gobiernos del interior para enfrentar a Buenos Aires pero fracasa. No pierde las esperanzas de que López, rompa con sus nuevos amigos, los resurrectos directoriales porteños.

Pero el Santafesino se niega a aliarse con el Supremo Entrerriano.” Los mediocres intereses localistas, superan en el ánimo del opaco personaje, a los grandes objetivos nacionales”.         

Con estas palabras nos recuerda Ernesto Palacio “Sacrificó a su aliado en los principios, por las pingües achuras de las vacas de Rosas”.

A partir de este momento, nuestro héroe se encuentra solo, se presentan ante él, dos temibles enemigos, por un lado el impero del Brasil y por otro la coalición de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba (encabezada por Bustos). Se suma además la tremenda responsabilidad de manejar su República de Entre Ríos.

Hay preparativos de guerra. Dos ejércitos formales arma Buenos Aires, uno al mando del coronel Gregorio Aráoz de Lamadrid y el otro al mando del gobernador Martín Rodríguez, a estos se les suman los temibles Dragones de López y las tropas de Bustos.

La escuadra porteña dominaba todo el río Paraná al mando del coronel Matías Zapiola.

Frente a este descomunal enemigo, el Supremo sólo cuenta con su buena estrella, su coraje y de un ejército que lo idolatra. Existía una vaga esperanza: unirse con el chileno Carreras que se había lanzado a guerrear en el sur de Buenos Aires y de Córdoba.

La situación se planteaba pésima, pero la victoria solía serle constante. Si conseguía enfrentar a sus enemigos en forma independiente, el triunfo volvería a sonreírle. Ciertamente a punto estuvo de ser así. En mayo de 1821 burla el bloqueo de la escuadra porteña, manda al coronel Anacleto Medina a robar la caballada de los Dragones de López ubicada en el Rincón de Coronda y deja al santafesino desmontado, cruza el Paraná, se topa con el ejército de Lamadrid que subía a reunirse con López y lo destroza a pesar de doblarlos en número. Eliminado el temible Lamadrid, se dirige hacia el norte donde vence a las tropas de López. Ese 13 de mayo, Mansilla con una flotilla de 1.000 hombres debía tomar la ciudad de Santa Fe y así el supremo quedaría dominando todo el litoral y en condiciones de atacar las tropas de Martín Rodríguez  que todavía estaban en Buenos Aires. El plan era óptimo, hasta este momento Ramírez bailaba con la gloria.

A partir de este punto nuestro héroe empieza a danzar con la muerte. Por no combatir contra su pueblo, Buenos Aires, Mancilla traiciona a Ramírez, donde suma despecho por las pretensiones amorosas desdeñadas por la Delfina, amante del Supremo. Al no tomar Santa Fe. La flotilla de Mansilla es alcanzada y destruida por la escuadra porteña. Quedan así cortadas, las comunicaciones entre Ramírez y Entre Ríos. La situación se torna angustiante, cabalga la Delfina al lado de su hombre, vestida con uniforme de dragón, decidida a seguirlo hasta el final.

Estaba acosado desde el norte por López y Lamadrid, que había rehecho sus fuerzas, desde el sur por el ejercito de Martín Rodríguez, en el este, la flota porteña dominaba el río Paraná, y por el oeste atacaba Bustos desde Córdoba. Pero no sería fácil vencerlo. El 24 de mayo de 1821, con 700 hombres desgastados, avanza contra Lamadrid en impecable formación y en una alocada carga lo pone en fuga, quedando en su poder, artillería, caballada y una gruesa suma de dinero que iba destinada a López. Era la tercera batalla formal ganada en menos de un mes. La noticia causo pánico en Buenos Aires.

Pero la suerte ya estaba echada. No se podía ganar combates indefinidamente, se estaba produciendo un gran deterioro de hombres. En el último combate, contra su antiguo amigo, Estanislao López, pudo salvar 400 soldados, entre ellos el coronel Medina y la Delfina, donosa y serena en el medio de la derrota.

Ramírez la había tomado como botín de guerra en una de sus batallas contra de los portugueses y desde entonces la llevaba en todas sus campañas. Había nacido en Río Grande (Brasil), de tez blanca y cabello rojizo, estaba enamorada locamente de su raptor y estaba cumpliendo su deuda de amor y fidelidad con su dueño. El Supremo con los pocos soldados que le quedaban decide intentar una jugada desesperada, meterse tierra a dentro rumbo a Córdoba y abrirse paso a punta de lanza contra las fuerzas de Bustos, combate que se produjo el 16 de junio de 1821, donde derrotado, escapa hacia las sierras de Córdoba con 200  hombres.

El 10 de julio, una partida cordobesa lo alcanza en Río Seco y sufre una nueva derrota. Emprende la retirada con sólo 12 hombres y sin darle respiro, los cordobeses lo persiguen, alcanzando a su amada rezagada cuando bolean su caballo. Al verla en peligro, vuelve sus pasos para salvarla y en un intento desesperado atropella a lanzazos al tropel enemigo, donde recibe una descarga que lo hiere mortalmente. Aferrado todavía al cuello de su fiel caballo recorre unos metros y cae muerto sobre el terreno, cubierto por su poncho rojo. Dos temas más: don Anacleto Medina que moriría con más de 90 años, rescató a la Delfina y la llevó hasta Concepción del Uruguay cruzando los páramos santiagueños y los montes fangosos del Chaco. El otro tema es que durante muchos días, Estanislao López, exhibíó la cabeza degollada de Francisco Ramírez, sobre su mesa de campaña, y para que el espectáculo pudiera durar mas tiempo, pagó 42 pesos a un sangrador para embalsamarla.

-sable-

Leopoldo Lugones canta el episodio de la muerte envidiable del Supremo Entrerriano, de esta forma:

El varón cabal perece

dichoso en la adversidad,

si le abren sus puertas de oro,

Patria, Amor y Libertad.