Por el Prof. Oscar R. Souhilar
Nota de renuncia del brigadier general Don Juan Manuel de Rosas escrita con lápiz y por duplicado sobre su rodilla en el paraje Hueco de los Sauces, al sur de la ciudad de Buenos Aires, después de la batalla de Caseros: “Señores Representantes: Es llegado el caso de devolveros la investidura de gobernador de la provincia y la suma del poder público con que os dignasteis honrarme. Creo haber llenado mi deber, como todos los señores Representantes, nuestros conciudadanos, los verdaderos federales y mis compañeros de armas. Si más no hemos hecho en el sostén sagrado de nuestra independencia, de nuestra integridad y de nuestro honor, es porque más no hemos podido. Permitidme, H.H.R.R., que al despedirme de vosotros os reitere el profundo agradecimiento con que os abrazo tiernamente. Herido en la mano derecha y en el campo, perdonad que os escriba con lápiz y con letra trabajosa. Dios guarde a V. H.”
Con el objeto de ser imparcial en los relatos, me ajustaré estrictamente a lo histórico:
En el año 1851, el gobernador de la provincia de Entre Ríos, Don Justo José de Urquiza, se levanta contra Rosas. Inicia su campaña en nombre de los principios federales, pues consideraba que el régimen de Rosas no aseguraba ese sistema. La mayoría de los unitarios emigrados se unieron a esta cruzada libertadora.
¡Y ya viene el General Urquiza para Buenos Aires!
Lentamente se desplaza el ejército Grande. Es la alianza de Entre Ríos, Corrientes, el imperio del Brasil y la Banda Oriental que pretenden derrocar a Rosas.
Desde el 15 de diciembre de 1851 viene avanzando Urquiza. El 20 está en la Villa del Diamante sobre la orilla oriental del río Paraná, provincia de Entre Ríos, con veinticuatro mil hombres, de los cuales, más de cuatro mil, son brasileños. El 23 comienza el cruce del río Paraná hacia la provincia de Santa Fe. Trae una formidable máquina de guerra. Con ella cincuenta mil animales, son caballos para guerrear y de tiro. Se cuenta también con gran número de vacunos que arrean para alimentar a esa inmensa cantidad de hombres. Además transportan cañones, pertrechos y todos los equipos necesarios para la campaña.
Cinco vapores de guerra brasileños, uno oriental, varios mercantes y tres enormes balsas colaboraron en el cruce. El pasaje duró quince días, regimientos enteros de caballería (hombres y caballos) cruzaron a nado el río Paraná.
Frente a descomunal despliegue, el gobernador de Santa Fe Don Pascual Echagüe no se atrevió a oponer resistencia y decidió dirigirse a Buenos Aires para unirse al grueso del ejército de Rosas. Mientras duró la travesía del ejército Grande por la provincia de Santa Fe los gauchos que antes gritaban ¡Viva Rosas! Ahora estaban mudos o se incorporaban al ejército de Urquiza vociferando ¡Muera Rosas!.
Con las tropas de Urquiza se encontraba una unidad argentina transferida sumariamente del ejército del general Oribe al de Urquiza, en octubre de 1851. Estos hombres habían sido enviados por Rosas a la Banda Oriental en 1837, cuando muchos de ellos ya eran veteranos de la guerra contra los indios. Catorce años más tarde aún estaban luchando en el sitio de Montevideo, casi olvidados, sin promociones, incentivos ni expectativas, pero con ciega fe en Rosas y leales a su causa. Esto causó una impresión indeleble en Sarmiento, que acompañaba al ejército grande como boletinero. Los veía como una monstruosa encarnación de la barbarie rosista; de cuatrocientos catorce soldados y oficiales del regimiento del coronel unitario Pedro León Aquino, sólo siete sabían leer y escribir. Sarmiento dejó una vívida descripción de éstos terribles tercios de Rosas, vestidos de rojo con chiripá gorros y ponchos, fósiles extraños de un pasado primitivo: “Fisonomías graves como árabes y como antiguos soldados, caras llenas de cicatrices y arrugas. Un rasgo común a todos, casi sin excepción, eran las canas de oficiales y soldados… ¡Qué misterios de la naturaleza humana, qué terribles lecciones para los pueblos! He aquí los restos de diez mil seres humanos, que han permanecido diez años casi en la brecha, combatiendo y cayendo uno a uno todos los días, ¿Por qué causa? ¿Sostenidos por qué principios o sentimientos?…
Estos soldados y oficiales carecieron diez años de abrigo, de un techo, y nunca murmuraron…Tenían por él, por Rosas, una afección profunda, una veneración que disimulaban apenas… ¿Qué era Rosas, pues, para estos hombres? ¿O son hombres estos seres?”.
En el ejército Grande, fueron puestos bajo el mando de Aquino, compañero de exilio de Sarmiento y también íntimo amigo de Mitre. Cuando los aliados estaban saliendo se Santa Fe, el 10 de enero de 1852, se rebelaron y mataron al comandante Aquino y a otros oficiales unitarios. Desertaron y se dirigieron a toda marcha al cuartel general de Rosas en los Santos Lugares. Los leales rosistas fueron recibidos por sus pares con delirio y admiración. Ropas gastadas, rostros envejecidos, cuerpos heridos y mutilados, son los de aquellos que idolatran al caudillo y se acercan vivándolo, a besar sus manos y abrazarlo.
Ya ingresando Urquiza a la provincia de Buenos Aires, el apoyo a Rosas era más espontáneo. No sólo tuvo que soportar el calor sofocante, los terrenos sin trillar y a veces incendiados para dificultar la marcha, la escasez de agua, sino también la sorda hostilidad de la gente, poca y dispersa pero abiertamente rosista. Urquiza, decía Sarmiento, se quejaba y con razón, de que no había encontrado en la provincia de Buenos Aires, ni la menor cooperación, ni la más leve muestra de simpatía y reconocía que Rosas era popular, de lo contrario habría sido difícil explicar, porque la población rechazaba la libertad que se le ofrecía.
¿Y Rosas? ¿Que ha hecho mientras tanto? ¿Por qué no manda a su ejército a contener a los aliados?
Rosas esta vez no se ha movido como en otras ocasiones. Teme una traición del general Ángel Pacheco, jefe de las divisiones del norte y del centro, que había comenzado a organizar sus tropas en el mes de noviembre. Pacheco no tenía ningún plan y no ejerció iniciativa alguna; no se empeñó contra el enemigo, ni permitió que lo hicieran sus subordinados. Es verdad que las órdenes recibidas consistían en retirar su ejército con seguridad hasta el puente de Márquez y defenderlo, pero no lo hizo. Tenía nueve mil hombres y con ellos se retiró a Luján, luego intentó renunciar. Su renuncia fue rechazada y el 30 de enero, dejó su puesto sin informar a Rosas y se marchó a su estancia “El Talar de López” ubicada al otro lado del Río de las Conchas. Allí presentó nuevamente su renuncia y mientras se estaba preparando la batalla final del régimen, Pacheco y su fuerza de caballería de quinientos hombres estaban descansando en la estancia.
Urquiza tiene así, el camino abierto hasta Buenos Aires. Rosas, además, pierde los servicios de su comandante, el general Mansilla, quien cayó seriamente enfermo el 26 de diciembre, debilitando aún más al régimen.
En tanto Urquiza se acerca a la ciudad, el 27 de enero pasa a la altura de Chivilcoy y el 30 de enero llega a doce kilómetros del puente de Márquez , el 31 sus tropas derrotan a tres mil hombres de la caballería del coronel Hilario Lagos, único combate en toda su marcha. El 2 de febrero de l852, a las diez de la mañana, la vanguardia del ejército Grande cruza el Puente de Márquez, ya el General Rosas ha salido de la ciudad y al mando de sus federales se dispone a luchar. Rosas y Urquiza, los viejos amigos, van a encontrarse frente a frente, en los campos de Caseros en la localidad de Morón. Son las siete de la mañana del martes 3 de febrero de 1852, comienza la batalla con el fuego de artillería por ambos. Urquiza contaba con veinticuatro mil hombres y cincuenta piezas de artillería, veintidós mil hombres y cincuenta y seis piezas de artillería Rosas. Urquiza atacó primero, con su caballería, el flanco izquierdo de Rosas, luego concentró la artillería, y después de la metralla desplegó la infantería sobre el flaco derecho. Las tropas de rosistas se repliegan y atrincheran en la casa de Caseros, de donde toma su nombre la batalla. El combate se hace más encarnizado, pero la resistencia fue superada, así el ejército Grande dispersa a las tropas de Buenos Aires. Sólo Chilavert, el mejor artillero de su tiempo, siguió peleando bravamente hasta ser reducido por completo. Miles de soldados, con artillería, fusiles y municiones cayeron en manos de los aliados y que a las trece horas estaban ya en Santos Lugares, apoderándose del cuartel militar general del poderoso régimen rosista. Las bajas en conjunto no superaban más de doscientas. La mayoría de ellas en el ejército de Rosas. El general Mansilla que había quedado en Buenos Aires para su recuperación, no ofreció resistencia. Así, el cuñado de Rosas, se rindió a Urquiza con el grito “¡Viva Urquiza! ¡Muera el tirano Rosas! ”.
A la victoria le siguió una terrible venganza. El coronel Martín Isidro Santa Coloma, fue degollado por orden de Urquiza, había sido miembro de la Mazorca, juez de paz y partícipe del asesinato de Maza en 1839. En otro caso, Martiniano Chilavert que cambió de bando por no pelear en un ejército aliado al imperio del Brasil, también fue asesinado.
Todo el regimiento de Aquino, o los que cayeron prisioneros, fueron degollados sin juicio previo. Alrededor de Palermo, los árboles estaban llenos de cadáveres. Urquiza ejerció una justicia extremadamente dura, perdonando a algunos, ejecutando por fusilamiento a otros y finalmente degollando a otros tantos.
Caseros no significó la conquista de una vieja Argentina por otra nueva, sólo fue el reemplazo de un caudillo por otro. El diarista Berutti nos dice “El señor Urquiza, entró como libertador y se ha hecho conquistador”. Después de la derrota de la confederación en Caseros, continuarían para el país, treinta años más de guerras civiles.